Esta es la investigación más profunda en mis 25 años de desarrollo transpersonal. Ha dejado una huella profunda tanto la materia como el maestro con el que me inicie Abu Omar Yabir Fallecido en 2009
Sirva esta información que doy aquí como homenaje a este alquimista que en su camino bebió de diversas fuentes, conociendo personalmente y recibiendo enseñanzas de Eugéne Conseliet, que fue el discípulo directo del maestro Fulcanelli, considerado un Adepto y el más grande alquimista del siglo XX.
Fdo: Diego Román
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La alquimia y la medicina, han mantenido siempre una estrecha relación de contenidos. Ambas ciencias, cada una en su terreno, se han ocupado de un modo preferencial de la salud humana pese a que sus criterios nunca fueron coincidentes. Esto, desde luego, demanda una explicación razonable y coherente ahora que la espagírica, hermana menor de la alquimia y ciencia hermética como ella, comienza a resucitar con creciente éxito en los círculos de las medicinas alternativas de Europa.
Mientras que la medicina debe su nombre y su existencia a los «medos» o persas, las ciencias de la salud derivadas del paradigma egipcio, el antiguo país de Kemi o de la «tierra negra», desarrollaron el término «kémico» o ciencias «kémicas», epíteto al que los árabes prestarían su artículo para convertirse en «al-kémico», de donde naturalmente proviene el sustantivo «alquimia».
Ambos términos, «medicina» y «alquimia», tuvieron en principio una semántica común y sin embargo sus presupuestos y pilares fueron siempre completamente distintos e incluso radicalmente opuestos. Mientras que el paradigma persa o «medico» se decantó, en absoluta coherencia, con el dualismo tradicional iranio, por la curación por medio de la oposición de contrarios (el calor se quita con el frío y el frío con el calor), el paradigma egipcio o kémico, desarrolló un sistema basado en la curación por lo semejante al que se llamó también medicina simpática, ley de las signaturas y a partir del siglo XVIII, homeopatía.
Durante la Edad Media, ambas escuelas de pensamiento perviven y desarrollan sus métodos tanto en el mundo cristiano como en el musulmán, y será a partir del siglo XVI cuando en la Europa del Renacimiento se adopte definitivamente y como herencia romana al paradigma médico «como al oficialmente reconocido como científico, reduciendo a la vieja «al kimiya» a la categoría de pseudociencia, y lo que es peor, se la incluye en el índice de las ciencias malditas.
Los aconteceres de la historia han hecho que hoy, el término «alquimia» se aplique tan solo a una ciencia cuasi mítica y legendaria, empeñada en transmutar metales innobles en oro y prácticamente despojada de toda la dimensión que antaño tuvo como «ciencia de Salud».
Sabemos, que como ocurriera en los tiempos remotos del Egipto faraónico, el paradigma kémico gozó de gran predicamento y del apoyo de los poderes públicos durante la mayor parte del período andalusí.
Con el Renacimiento, el viejo paradigma kémico, sufre la persecución de la intolerancia, los kémicos moriscos (hakim) que se habían formado en las escuelas y universidades de al Andalus, especialmente en Granada, continuaron ejerciendo su profesión durante algunos años más tras la conquista de la ciudad nazarita, pero su ciencia, desprovista ya de la legalidad del Estado cristiano, quedará proscrita y desprestigiada en la mayor parte de los casos. Técnicas tan sofisticadas como la de las tintas medicinales confeccionadas según la ciencia espagírica y que se utilizaban para escribir sobre un papel caracteres y cifras calculados con complicadas técnicas, para ser desleídos después en agua o, suero lácteo o en vino, fueron prohibidas y perseguidas por considerar (según consta en varios procesos inquisitoriales) que con los dichos caracteres se invocaba a Mahoma y a los demonios.
Esta técnica sofisticadísima de la almácigas, terminó ya desvirtuada y desprovista de su original rigor científico (téngase en cuenta que unía en un mismo proceso la precisión de las diluciones decimales, las microdosis y el concepto de onda de forma tal y como hoy lo concibe la homeopatía y la radiónica) formando parte del arsenal de brujos y curanderos rurales que incluso en nuestros días escriben en un trocito de papel oraciones cristianas para que los pacientes las ingieran desleídas en vino o en agua. Algo parecido ocurrió con los «sahumerios» aplicados tras el «hammam» o baño de vapor, que fueron considerados como sospechosos de ser rituales de brujería y de invocación a los diablos, cuando en realidad se trataba de una magnífica vía de aplicación de las propiedades más volátiles de ciertas plantas medicinales.
La fabricación misma de los remedios según las técnicas de la fermentación y el destilado tras la captación del Espíritu Universal por medio del rocío del mes de Mayo, que era la base operativa de la Espagírica, corría serio peligro de perderse tras el terrible embite de la intolerante ignorancia.
La intervención afortunada de un rey, logró empero salvar una vez más a la Tradición hermética del destierro y del olvido.
Felipe II enamorado de la alquimia y por ende de su hermana menor, la espagírica, logró con la preciosa colaboración de Arias Montano, su bibliotecario, no solo recuperar gran cantidad de obras alquímicas y espagíricas escritas en árabe y en hebreo y procedentes de las expoliadas bibliotecas de al-Andalus, sino que también se supo rodear de alquimistas y espagíricos moriscos con los que fue convirtiendo el misterio de la fabricación de los antiguos remedios espagíricos en la confección de benditos licores medicinales a cuya esmerada fabricación se aplicaban los frailes.
¿De qué mejor manera podría ocultarse parte de la ciencia kémica de los musulmanes, sino entre bebidas alcohólicas y monjes?
La persecución de la espagírica en el resto de Europa, si bien fue en apariencia más discreta, no dejó sin embargo de hostigar a los espíritus más inquietos del Renacimiento. Giovani Pico de la Mirándola, Láscaris, Alexander Sheton y desde luego el gran Paracelso, sufrieron cada uno a su manera los ataques de la instituciones.
Pese a lo que suelen decir las biografías modernas, el verdadero iniciador de Paracelso en las ciencias kémicas, no fue el abate Tritemio, con el que ciertamente estudió en su juventud, sino Solimán Trismosin, un alquimista de origen granadino, como tantos otros desterrados en Estambul. Fue precisamente allí, en la antigua Constantinopla, donde Paracelso fue iniciado.
También Nostradamus, el misterioso vidente, estudió en secreto la ciencia kémica en libros andalusíes, libros que por cierto le rindieron el secreto de dos poderosas plantas, el «inquietante harmel» y el mágico «ajenuz».
El término «espagírica» al que nos venimos refiriendo, fue acuñado por el propio Paracelso en referencia directa a los vocablos griegos «spao» (separar) y «ageirein» (reunir) y nos lleva directamente al paradigma kémico y por tanto de todas las ciencias herméticas: «solve et coagula», esto es: disuelve y cuaja, imperativos que definen a los dos estados polares de la materia: sulphur (Azufre) y mercurius. (Mercurio)
Podríamos definir al mercurius como al estado de máxima disolución a que tiende el sulphur, y a este como al estado de máxima densidad a que tiende el mercurius. Como puede adivinarse, ambos polos extremos de la materia conforman un todo dinámico.
Una misteriosa fuerza a la que los alquimistas llaman «espiritus mundi» empuja irremediablemente al estado «sulphur», llegado al máximo de coagulación posible, hacia la disolución, hacia la pérdida paulatina de toda cohesión, hacia el caos.
Los estados extremos que acabamos de definir, se completan con un tercer elemento al que Basilio Valentin dio el nombre de «Sal». El estado salino es por definición un estado intermedio, producto del choque violento entre el sulphur y el mercurius.
El fenómeno de la cristalización fue por eso, estudiado con especial atención por espagíricos y alquimistas, habida cuenta de que suponía por una parte un instrumento natural capaz de frenar la entropía y por tanto capaz de alargar la vida física y por otra un modo de manipular informaciones energéticas altamente sutiles e incluso de atrapar en la red adecuada al mismísimo emetor del Universo: el Spiritus Mundi.
Los propios conceptos de salud, enfermedad, nacimiento y muerte, cobran en el contexto de la espagírica una semántica bien distinta y se insertan en una escala de valores diferente.
Sabedor el espagirista de que el conjunto de fuerzas o modulaciones del Espíritu Universal que actúan sobre su paciente es el mismo que actúa en toda manifestación de la naturaleza, se aplicará en seguida a utilizar esas mismas fuerzas para la confección de su remedio haciendo uso de la ley de las signaturas y de la aplicación del álgebra sagrada. Un procedimiento al que llamamos «ritmificación» ajustará la dosis y la frecuencia del remedio al diapasón biológico del paciente y al ritmo conveniente del sol y de la Luna. Este ajuste a los ritmos del universo es de especialísima importancia en nuestra ciencia, tanto a la hora de aplicar un preparado como a la de confeccionarlo.
En realidad, la ritmificación no es sino la expresión consciente de la simetría, y por ende, la alineación consciente con el nous u orden frente al caos o tendencia entrópica. Exactamente el mismo sentido tiene el ordenamiento del tiempo sagrado respecto a la posición del sol en las plegarias rituales del Islam y en algunas fiestas del antiguo calendario cristiano.
En este sentido, podríamos decir que rezar es ritmificar el espíritu del hombre, ordenar el alma y la voluntad con el nous y frente al caos, de modo que, visto así, el afirmar el rol espiritual y el carácter sacerdotal de la espagírica como teúrgia, cobra todo su sentido.
El desarrollo de esta forma de acercarse a la naturaleza, de esta manera de redimir a la propia muerte integrándola en el proceso Solve et Coagula , supone la aplicación de una ciencia con consciencia, alejada de la prepotencia tan característica de lo que hoy dispensan escuelas y universidades.
Autor: Abu Omar Yabir el Garnati